Prácticas del lenguaje 6º - 01/09
ACTIVIDAD 1
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Leé el capítulo 2 de la novela Matilda
CAPÍTULO 2: El
señor Wormwood, experto vendedor de coches
Los padres de
Matilda poseían una casa bastante bonita, con tres dormitorios en la planta
superior, mientras que la inferior constaba de comedor, sala de estar y cocina.
Su padre era vendedor de coches de segunda mano y, al parecer, le iba muy bien.
—El serrín es
uno de los grandes secretos de mi éxito —dijo un día, orgullosamente—. Y no me
cuesta nada. Lo consigo gratis en las serrerías.
— ¿Y para qué lo
usas? —le preguntó Matilda.
—Te gustaría
saberlo, ¿eh? —dijo.
—No veo cómo te
puede ayudar el serrín a vender coches de segunda mano, papá.
—Eso es porque
tú eres una majadera ignorante —afirmó su padre.
Su forma de
expresarse no era muy delicada, pero Matilda ya estaba acostumbrada. Sabía
también que a él le gustaba presumir y ella le incitaba descaradamente.
—Tienes que ser
muy inteligente para encontrarle aplicación a algo que no vale nada —comentó—.
A mí me encantaría poder hacerlo.
—Tú no podrías
—replicó su padre—. Eres demasiado estúpida. Pero no me importa contárselo a
Mike, ya que algún día estará en el negocio conmigo —despreciando a Matilda se
volvió a su hijo y dijo—: Procuro comprar un coche de algún imbécil que ha
utilizado tan mal la caja de cambios que las marchas están desgastadas y suena
como una carraca. Lo consigo barato. Luego, todo lo que tengo que hacer es
mezclar una buena cantidad de serrín con el aceite de la caja de cambios y va
tan suave como la seda.
—Lo suficiente
para que el comprador esté bastante lejos —dijo su padre sonriendo—. Unas cien
millas.
—Pero eso no es
honrado, papá —dijo Matilda—. Eso es un engaño.
—Nadie se hace
rico siendo honrado —dijo el padre—. Los clientes están para que los engañen.
El señor
Wormwood era un hombrecillo de rostro malhumorado, cuyos dientes superiores
sobresalían por debajo de un bigotillo de aspecto lastimoso. Le gustaba llevar
chaquetas de grandes cuadros, de alegre colorido y corbatas normalmente
amarillas o verde claro.
—Fíjate, por
ejemplo, en el cuentakilómetros —prosiguió—. El que compra un coche de segunda
mano lo primero que hace es comprobar los kilómetros que tiene. ¿No es cierto?
—Cierto —dijo el
hijo.
—Pues bien,
compro un cacharro con ciento cincuenta mil kilómetros. Lo compro barato. Pero
con esos kilómetros no lo va a comprar nadie, ¿no? Ahora no puedes desmontar el
cuentakilómetros, como hace diez años, y hacer retroceder los números. Los
instalan de forma que resulta imposible amañarlos, a menos que seas un buen
relojero o algo así. ¿Qué hacer entonces? Yo uso el cerebro, muchacho, eso es
lo que hago.
— ¿Cómo?
—preguntó el joven Michael, fascinado. Parecía haber heredado la afición de su
padre por los engaños.
—Me pongo a
pensar y me pregunto cómo podría transformar un cuentakilómetros que marca
ciento cincuenta mil kilómetros en uno que sólo marque diez mil, sin
estropearlo. Bueno, lo conseguirías si haces andar el coche hacia atrás durante
mucho tiempo. Los números irían hacia atrás, ¿no? Pero ¿quién va a conducir un
maldito coche marcha atrás durante miles y miles de kilómetros? ¡No hay forma
de hacerlo!
— ¡Por supuesto
que no! —dijo el joven Michael.
—Así que me
estrujé el cerebro —siguió el padre—. Yo uso el cerebro. Cuando tienes un
cerebro brillante tienes que usarlo. Y, de repente, me llegó la solución. Te
aseguro que me sentí igual que debió de sentirse ese tipo tan famoso que
descubrió la penicilina. «¡Eureka!», grité. «¡Lo conseguí!»
— ¿Qué hiciste,
papá?
—Del
cuentakilómetros —explicó el señor Wormwood— sale un cable que va conectado a
una de las ruedas delanteras. Primero, desconecté el cable en el lugar donde se
acopla la rueda. Luego, me compré una taladradora eléctrica de gran velocidad y
la conecté al extremo del cable, de tal forma que, cuando gira, hace girar el
cable al revés. ¿Me sigues? ¿Lo comprendes?
—Sí, papá —dijo
el joven Michael.
—Esas
taladradoras giran a una velocidad enorme —dijo el padre—, así que cuando
conecto la taladradora, los números del cuentakilómetros retroceden a toda
velocidad. En pocos minutos puedo rebajar cincuenta mil kilómetros del
cuentakilómetros con mi taladradora eléctrica de gran velocidad. Y, cuando
termino, el coche sólo ha hecho diez mil kilómetros y está listo para su venta.
«Está casi nuevo», le digo al cliente. «Apenas ha hecho diez mil. Pertenecía a
una señora mayor que sólo lo utilizaba una vez a la semana para ir de compras».
— ¿De verdad
puedes hacer que el cuentakilómetros vaya hacia atrás con una taladradora
eléctrica? —preguntó Michael.
—Te estoy
contando secretos del negocio —dijo el padre—, así que no vayas a decírselo a
nadie. No querrás verme en chirona, ¿no?
—No se lo diré a
nadie —dijo el niño—. ¿Le haces eso a muchos coches, papá?
—Todo coche que
pasa por mis manos recibe el tratamiento —dijo el padre—.
Antes de
ofrecerlos a la venta, todos ven reducido su kilometraje por debajo de diez
mil. ¡Y pensar que lo he inventado yo...! —añadió orgullosamente—. Me ha hecho
ganar una fortuna.
Matilda, que
había escuchado atentamente, dijo:
—Pero papá, eso
es aún peor que lo del serrín. Es repugnante. Estás engañando a gente que
confía en ti.
—Si no te gusta,
no comas entonces la comida de esta casa —dijo el padre—. Se compra con las
ganancias.
—Es dinero sucio
—dijo Matilda—. Lo odio.
Dos manchas
rojas aparecieron en las mejillas del padre.
— ¿Quién
demonios te crees que eres? —gritó—. ¿El arzobispo de Canterbury o alguien así,
echándome un sermón sobre honradez? ¡Tú no eres más que una ignorante
mequetrefe que no tiene ni la más mínima idea de lo que dice!
—Bien dicho,
Harry —dijo la madre. Y a Matilda—: Eres una descarada por hablarle así a tu
padre. Ahora, mantén cerrada tu desagradable boca para que podamos ver
tranquilos este programa.
Estaban en la
sala de estar, frente a la televisión, con la bandeja de la cena sobre las
rodillas. La cena consistía en una de esas comidas preparadas que anuncian en
televisión, en bandejas de aluminio flexible, con compartimentos separados para
la carne guisada, las patatas hervidas y los guisantes. La señora Wormwood
comía con los ojos pendientes del serial americano de la pequeña pantalla. Era
una mujerona con el pelo teñido de rubio platino, excepto en las raíces
cercanas al cuero cabelludo, donde era de color castaño parduzco. Iba muy
maquillada y tenía uno de esos tipos abotargados y poco agraciados en los que
la carne parece estar atada alrededor del cuerpo para evitar que se caiga.
—Mami —dijo
Matilda—, ¿te importa que me tome la cena en el comedor y así poder leer mi
libro?
El padre levantó
la vista bruscamente.
— ¡Me importa a
mí! —dijo acaloradamente—. ¡La cena es una reunión familiar y nadie se levanta
de la mesa antes de terminar!
—Pero nosotros
no estamos sentados a la mesa —dijo Matilda—. No lo hacemos nunca. Siempre
cenamos aquí, viendo la tele.
— ¿Se puede
saber qué hay de malo en ver la televisión? —preguntó el padre. Su voz se había
tornado de repente tranquila y peligrosa.
Matilda no se
atrevió a responderle y permaneció callada. Sintió que le invadía la cólera.
Sabía que no era bueno aborrecer de aquella forma a sus padres, pero le costaba
trabajo no hacerlo. Lo que había leído le había mostrado un aspecto de la vida
que ellos ni siquiera vislumbraban. Si por lo menos hubieran leído algo de
Dickens o de Kipling, sabrían que la vida era algo más que engañar a la gente y
ver la televisión.
Otra cosa. Le
molestaba que la llamaran constantemente ignorante y estúpida, cuando sabía que
no lo era. La cólera que sentía fue creciendo más y más y esa noche, acostada
en su cama, tomó una decisión. Cada vez que su padre o su madre se portaran mal
con ella, se vengaría de una forma u otra. Esas pequeñas victorias le ayudarían
a soportar sus idioteces y evitarían que se volviera loca. Recuerden que aún no
tenía cinco años y que, a esa edad, no es fácil marcarle un tanto a un
todopoderoso adulto. Aun así, estaba decidida a intentarlo. Después de lo que
había sucedido esa noche frente a la televisión, su padre fue el primero de la
lista.
ACTIVIDAD 2
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Respondé:
1. ¿Por qué podemos decir que el padre de Matilda no
era honrado en su trabajo?
2. ¿Cómo eran las cenas en casa de Matilda? ¿Por qué a
ella no le gustaban?
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